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Un anillo (y no de bodas)

Relato para dejarse llevar

UN ANILLO (Y NO DE BODAS)
Lo tomé con mi mano derecha. Estaba sorprendido y sin la posibilidad de emitir una palabra. Inesperado su ágil movimiento para sacarlo de la cartera y, como por arte de magia, dejarlo en mi poder. Al principio no entendí de qué se trataba pero comencé a tocarlo y descubrí que era de una suave y muy flexible silicona, con la particularidad que en su extremo superior tenía una extensión dura que, al tacto, no era agradable. La leve penumbra que entraba por los huecos de la persiana no era lo suficientemente potente para que mi sentido de la vista funcione. Ella estaba ahí… Desnuda, transpirada, perfecta… Como si entendiera la situación, comenzó a deslizar su mano muy lentamente desde mi pie derecho hasta tomar toda mi masculinidad. Con su otra mano, jugaba con toda su intimidad femenina. Su respiración seguía agitada y cada uno de sus movimientos e intenciones tenían como único propósito que yo acepte sumar a ese nuevo integrante a esa cama alquilada por un rato. Sin dudas fue una apuesta muy jugada de su parte pero ella jamás lo pensó. Era nuestro segundo encuentro y no tuvo el tiempo necesario para saber que eso, que ahora tenía en mis manos, le generaba un caos a mi ego varonil.
Mientras una sutil brisa acariciaba nuestra desnudez, busqué un rayo de luz para mirar al nuevo jugador con más detalle y lo descubrí plateado y con forma bélica. El rebote más potente de luna se reflejó de inmediato en su plateada composición y ese destello llegó a mis dos ojos para cerrarlos de golpe. Fue justo en ese momento, de nervio y duda, en el que mi cabeza repasó en un apurado instante cómo terminé con esa atrevida mujer que, de un momento a otro, vino a generarme una enorme contradicción, obligando a mis desinformados fantasmas a pelear entre sí.

La conocí de casualidad, aunque yo prefiero creer que nada es sin querer y que el destino jugó sus cartas. Me motiva sumar razones fantásticas que sigan apoyando mi deseo de un amor de cuento. Dejando a un lado el costado poético que siempre intento darle a los encuentros, yo estaba sentado en el segundo par de asientos de un colectivo repleto de gente, deseaba con todas mis fuerzas que no suba ninguna persona que necesite el asiento, pues yo había podido conseguir lugar de reposo en las butacas reservadas para personas con movilidad reducida y a mí lado viajaba, muy cómodamente, una sonriente abuela que parecía disfrutar del viaje. Ese día la suerte estuvo de mi lado… La anciana solicitó bajar en la siguiente parada y en su lugar se sentó ELLA. No está de más contarles el detalle de lo que mi física sintió ante el fugaz rose de nuestros antebrazos. ¿Cómo explicarles con palabras el arco iris de emociones que invadieron de golpe en esos segundos triunfales? Intentaré hacerlo pero sólo les pido que pongan su imaginación al servicio de mi relato. Sentí un frío impresionante en la zona baja de la espalda que erizaba ferozmente mí piel, calor en el centro de mi pecho que daba sensación de ardor y en otra circunstancia de la vida hubiera consultado con mucha prisa a un cardiólogo, revoloteos en el estómago como si el espacio estaría ocupado por seres alados, falta de coordinación en los ojos y desacato absoluto de mi mente que viajaba a su antojo sin siquiera pedirme permiso. Podría enumerar muchas más sensaciones pero prefiero sintetizar diciendo que mi envase y contenido era lo más parecido a una montaña rusa.
Para retomar los hechos concretos, ella se sentó a mí lado y allí comenzó nuestra historia.
Cuando pude ordenar un poco mis sentidos, aunque conservaba cierto mareo poético, busqué la mejor manera de llamar su atención y una simple afirmación sobre la incomodidad que generaba viajar en esa línea a la hora pico arrojó el resultado esperado. Conversamos un poco de todo, del clima, transporte y política, pero muy por encima para no generar rispidez en ese primer mágico momento. Considerando que el viaje no sería eterno, tuve que apurar la conversación de contenido vacío y generar algún tipo de empatía para que no sea esa la primera y última vez que nos crucemos. Sus auriculares me dieron la excusa perfecta para cambiar el enfoque y fue la música la propuesta que elegí para conseguir su contacto (en caso de lograrlo, sería, algo así, como obtener el cofre repleto de oro que se encontraba al final de ese arco iris de sensaciones).
Memorables letras de rock nacional iban y venían. El tiempo se apuró en pasar y llegó el momento de la despedida, faltaban tres paradas para mi llegada. ¿Conclusión? Ella comenzó a seguirme en Instagram y yo, por supuesto, le devolví la gentileza (no está de más decir que hubiese preferido su número de teléfono, pero peor es nada).
Tres divertidas salidas bastaron para que tengamos nuestro primer encuentro íntimo e insisto en culpar al destino porque parecía que nos conociéramos de toda la vida.
¿De verdad querés saber sobre nuestra primera intimidad? Sus besos eran un éxtasis total, cada una de sus prendas que caían al suelo, me permitían descubrir que sus centímetros eran los más hermosos que había visto en toda mi vida y las onomatopeyas susurradas en mis oídos, musicalizaban de manera perfecta el marco surrealista que mi suerte me obsequió experimentar. Éramos dos, ella y yo, pero las energías comenzaron a fluir y nuestro deseo de ser uno solo se hizo realidad.
Para ser honesto, creo que yo la pasé mejor que ella, aunque su sonrisa dijera lo contrario. Que eso pase era una de las posibilidades pero en mi interior ya estaba una segunda vuelta. Yo necesitaba que esa mujer explote de placer pero el reloj hizo que sus agujas giraran más rápido que de costumbre y era hora de abandonar ese lugar.
Nuestra despedida fue apasionada y con promesas de repetir pero volviendo a mi casa, mi cabeza no podía dejar de pensar sí ella me permitiría volverla a ver. Esta crisis me duró hasta el momento en el que el sonido de un mensaje en mi celular me devolvió la calma al cuerpo. Era ella pidiéndome que le avise cuando llegue sano y salvo. La esperanza volvió y fue ahí cuando empecé a pensar en todo lo que haría e intentaría en la próxima oportunidad.

Disculpen que me fui por las ramas pero justamente mi relato es todo lo que acabo de pensar en este preciso momento con el “artefacto” que ella sacó de su cartera para acoplar a éste, nuestro segundo y esperado encuentro.
Me puso entre la espada y la pared, bah… en realidad mis pensamientos, mandamientos culturales y la falta de experiencia fueron los que me pusieron allí. Debía decidir rápidamente si estaba dispuesto a darle lugar a lo desconocido.
Una nueva brisa, que ingresó sin permiso por la ventana, me despabiló para tomar la mejor decisión que pude haber tomado: Dejar de pensar tanto y entregarme a la propuesta de la persona con la que yo deseaba estar. Ya decidido a hacerlo, debía afrontar el momento más difícil. ¿Cómo se pone eso que, esta bella mujer, compró especialmente para nuestro encuentro? Empecé a jugar con él, intentando descubrir de qué manera usarlo pero fue ella, una vez más, la que tomó la posta. Me arrebató el producto, que parecía ser un anillo blando con ese encastre duro y plateado, y me lo colocó suavemente hasta la base de mi masculinidad. Ella es más que perfecta, tiene gracia hasta para sumar un elemento que me producía tanta duda y prejuicio.
Sin que yo terminase de darme cuenta, ya estaba todo en su posición y casi listo para usar. Con un sutil movimiento accionó ese ensamble de color plata que empezó a vibrar con una potencia que jamás hubiese pensado que tendría. Al principio sentí impresión, mucha impresión… ¿Cómo no sentirla ante el choque de pre-conceptos con los que mi mente lidiaba? Pero con el paso de los segundos y sublimes besos que ella le dio a mi cuello, el tema empezó a aflojar y ya no se sentía tan raro, de hecho hasta me empezó a gustar y con su uso, libre ya de contradicciones, comprendí qué función cumplía ese injerto plateado postrado en el extremo superior del anillo de silicona. ¿Me creen si les digo que ese artefacto espejado rozaba justo en su gloria? Todo comenzó a ser mucho más intenso que la última y primera vez. Nos descubrí pasándola realmente bien y una nueva sorpresa tocó las puertas de mi consciencia: Mi capacidad amatoria era más prolongada y eso me permitía jugar más y mejor. Pero el momento de mayor satisfacción que sentí fue cuando ella explotó de placer y la rentada habitación se tiñó de incesantes gritos que confirmaron aquello que tanto esperaba: Tener una segunda oportunidad para aprovecharla al máximo.
La hora de la calma llegó y, luego de ese canto de a dos, nuestros cuerpos se dejaron vencer por el sueño provocado ante la intensidad de nuestra mixtura.

Hoy vivimos juntos y cumplimos nuestro primer aniversario. Decidimos celebrarlo con una cena, brindis y noche de amor. Les agradezco por haber leído mis líneas, las fui escribiendo mientras elijo un regalo para ella en una tienda online, aunque me resulta bastante difícil hacerlo porque los cajones de nuestras mesitas de luz, en ambos costados de la cama, están repletos de juguetes que usamos a diario para no caer en la tentación de la rutina y que me dan la posibilidad de escucharla tan intensamente como aquella segunda vez que nos vimos.

Relato original de Paraíso SexShop.

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